sábado, 10 de noviembre de 2012

Capítulo 6: La batalla

Lucía se encontraba en su casa, tumbada en el sofá mientras la televisión le proporcionaba una tarde tranquila. Acompañada por un helado y unas zapatillas de casa bien grandes disfrutaba mirando un partido de tenis. No iba del lado de ninguno de los dos tenistas, pero sabía que eran buenos y le distraían bastante. Al acabar el partido, y el helado, se fue a su dormitorio para meterse en la ducha.
Era Sábado, no tenía nada que hacer hoy así que se vistió con un bonito vestido rojo y salió a tomar un café,  en el bar que había dos calles más abajo ponían un Capuchino que le volvía loca. Finalmente llegó al establecimiento y pidió dicha bebida. Estaba en su temperatura justa y le dio un primer sorbo. Pidió también un Sándwich y cogió el periódico para leer las noticias. Ninguna le pareció muy interesante, pero fue ojeando algunas páginas y resolvió el crucigrama.
Una media hora después de llegar un hombre trajeado que le resultaba familiar entró en el bar y se sentó a su lado:
- Un café con leche y un croissant, - pidió al camarero - ¿podría acompañarme usted a la mesa de la esquina? - dijo dirigiéndose a Lucía.
Luego recordó quién era. Esa prepotencia, esa sonrisa de superioridad, ese habla con demasiada seguridad en uno mismo. Esa forma de dirigirse a ella como si la conociese de toda la vida, como si fuesen amigos, como si fuese a irse con él.
- Pensé que había dejado claro que no quería nada contigo. - Dijo Lucía, secamente. - ¿Y qué haces en Estados Unidos?
- Negocios, me voy la semana que viene así que tengo que hablar ya contigo. Acompáñame a la mesa. - Siguió en sus trece, no iba a cambiar de opinión.
- ¿Me puede traer la cuenta? - Lucía estaba segura que así él le dejaría en paz. Se equivocó.
- Sé que no trabajas en una joyería. 
Rápido, simple, preciso, desconcertante. Ese hombre no la conocía de nada, hablaron un día en el casino y ya está. ¿Cómo lo había descubierto? Al final asintió a regañadientes y le acompañó a la mesa, pidió otro Capuchino. 
- Bien, ¿qué quieres?
- Sé quién eres y en qué trabajas. Sé qué hacías en el casino y sé qué haces aquí. A cambio de ello quiero pedirte que trabajes para mí, en un trabajo que será incluso provechoso para ti.
Lucía se quedó mirándole, sorbió algo de café y dejó la taza sobre la mesa. Le apetecía bailar un poco.
- Sorpréndeme.
- No eres joyera.
- ¿Has ido a todas las joyeras de lujo de Barcelona?
- No, he hablado con un amigo. Ha sido muy fácil encontrar tus nóminas, tu Curriculum Vitae, si quisiera podría cantarte el número de cuenta de tu tarjeta de crédito.
- Sería una bonita canción, yo puedo cantarte otra.
Luís sonrió, ella se dio cuenta que había entrado en su juego. La pregunta era, ¿quién llevaba el mando?
- Por favor, mis oídos no pueden esperar.
- Parece que por tu forma de hablar y moverte en el Casino mis deducciones no estuvieron muy desacertadas. Eres el típico empresario ricachón y con una boca demasiado grande. Parece que te dedicas a algo así como comprar empresas y colocar amiguitos tuyos arriba del todo. ¿Eso es legal?
- De momento, sí. - Luís bebió un poco de su café, se notaba que disfrutaba. - Bien, veo que sabes manejar Google. ¿Algo más?
- Te robaron hace poco.
Luís no volvió a sonreír. Se quedó mirándola y dejó la taza. Luego cruzó los dedos y esta vez, sí, sonrió.
- No me has defraudado, seguro que podrás llevar a la perfección tu trabajo.
- Oh sí, se me da genial. ¿Qué quieres de mí? - Lucía iba ganando, quería abandonar ya el campo.
Luís se acomodó en el sillón y mordió el Croissant. Lo comía lentamente, esa espera en silencio impacientó a la mujer del vestido. Le clavó una mirada de "no tengo todo el día" hasta que él finalmente habló.
- Vas a venirte a España la semana que viene, tengo que hablar con un par más. Ahí nos reuniremos todos y os diré para qué os necesito.
Lucía empezó a reír. Un empresario que se dedicaba a moverse de forma poco legal quería que subiera a un avión cuándo él quisiera, para ir a dónde él quisiera y juntarse con una gente para hacer lo que él quisiera. Luego recordó lo que él sabía y vio que estaba en desventaja. Intentó atacar de nuevo.
- La semana que viene no me va bien, trabajo. - Le puso a prueba.
- Lo tuyo no se puede considerar un oficio, te pagaré lo que no ganes en esa semana. - La superó.
Eso ya era la gota que colmó el vaso. Él lo sabía, no era un farol. No entendía nada. Podría hacer que todo acabara, podría joderla y bien desde hacía días. Pero en vez de eso le ofrece trabajo.
- ¿Un hombre de buena vida como tú se fía sentándose con alguien como yo? - Intentó relajarse, aún no había acabado el partido. 
- Me gustan las mujeres como tú. - Un golpe flojo.
- Podrías joder bien a esta mujer. - Un golpe duro.
- No me interesa. - Fin del partido.
La fuente del cabrón era un hacker, estaba claro. Tenía algún empleado, o tal vez un amigo ajeno a la empresa, que se dedicaba a encontrarle todo lo que le pedía. Siempre se escapa mierda en Internet  y habían encontrado toda la suya. Pero si la usaba para denunciarla también le salpicaría a él. 
- No iré contra ti, me da igual con lo que te ganes la vida. Simplemente te quiero contratar para un trabajito.
Lucía se estaba cansando de tanto secretismo. Amigos escondidos, trabajos ocultos... Era hora de dar el último golpe.
- Cuéntame aquí de qué va, luego decidiré si ir o no. - Lucía se acabó el café, se había cansado de estar  en el bar.
Luís se quedó mirándola, pensando, sin hablar. Pasaron unos segundos, un minuto. Odiaba ese silencio. Empezaba incluso a odiarle a él. Al final levantó la mano y otro hombre trajeado se acercó, Luís le susurró algo al oído y él se fue para volver unos minutos después con un sobre marrón en la mano. Se lo entregó a Lucía.
- Aquí verás toda la información que quieres, pero no está todo. Los puntos más importantes te los daré en Barcelona.
- ¿Asumiendo que iré? - Lucía finalmente se hartó.
- Cuando lo leas lo entenderás, nos vemos pronto.
Luís se levantó de la mesa y se fue. Lucía se quedó sentada mirando el sobre. Tenía el tamaño de medio folio y no parecía muy lleno, lo abrió y vio una tarjeta y una foto. 
La tarjeta era de Luís, incluía el día y la hora de la cita para partir a España. En la foto salía un hombre, de unos 50 años y muy gordo. No pudo reprimir esa lágrima. No pudo reprimir el odio.

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